[Esta carta también fue escrita hace poco más de un año atrás. En esta ocasión un amado hermano dudaba sinceramente del amor de Dios a causa de las tristezas que le ocasionaba su naturaleza pecaminosa. El tono de la carta es severo y persuasivo dada la seriedad del caso. Ademas, la carta es el final de una serie de charlas que tuvimos juntos. Desde luego la identidad de la persona queda bajo anonimato y por ende ciertas porciones fueron adaptadas para su publicación.]
Amado hermano, que sea la Palabra de Dios la que llegue a tu corazón este día. El único bálsamo que puede sanar tus heridas, la única ancla que puede sostener tu alma, el único consuelo que puede encontrar tu corazón, y la única esperanza que pueden iluminar tus ojos se haya en el amor de Cristo por vos. Déjame compartir contigo algunas reflexiones sobre el amor de Cristo por nosotros.
La comprensión del amor de Cristo por los Suyos “sobrepasa todo conocimiento” (Ef 3:19). La durabilidad de Su amor es eterna: “Hace tiempo el SEÑOR le dijo a Israel: «Yo te he amado, pueblo mío, con un amor eterno. Con amor inagotable te acerqué a mí.” (Jeremías 31:3). Aunque este amor es selectivo (Dt 7:6-8), llega a nosotros de pura gracia: “El SEÑOR dice: «Entonces yo los sanaré de su falta de fe; mi amor no tendrá límites, porque mi enojo habrá desaparecido para siempre.”(Os 14:4).
Las dimensiones de Su amor son altas como los cielos, profundas como el infierno, más extensas que la tierra y más anchas que el mar (Job 11:8-9). Incluso las inclinaciones y caminos que traza este amor redentor son incomprensibles para nosotros:“«Mis pensamientos no se parecen en nada a sus pensamientos —dice el SEÑOR —. Y mis caminos están muy por encima de lo que pudieran imaginarse. Pues así como los cielos están más altos que la tierra, así mis caminos están más altos que sus caminos y mis pensamientos, más altos que sus pensamientos.” (Is 55:9). Por eso, en todo el universo, “nadie tiene un amor mayor que este” (Jn 15:13).
La manifestación del amor de Cristo se revela al ocupar nuestro lugar en la cruz, entregando Su vida hasta la muerte:“Conocemos lo que es el amor verdadero, porque Jesús entregó su vida por nosotros.” (1Jn 3:16). Fue por amor que “no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse” (Fil 2:6) sino que se humanó, y hecho hombre se hizo “maldición” por nosotros (Gal 3:13), para ser hecho “pecado” por Dios (2 Cor 5:21). Es un amor que “cubre todas las transgresiones” (Prov 10:12) y arroja “a las profundidades del mar todos nuestros pecados” (Miq 7:19). Querido amigo, en este amor somos aceptos y estamos seguros , “¿quien nos separará del amor de Cristo?” (Ro 8:35).
Pero, ¿qué te oigo decir? «No sé si soy amado, mis maldades son innumerables como gotas de lluvia, pesadas como aluvión de invierno. No sé si soy salvo, mi vida espiritual es tan endeble como el pastizal que se tumba por el viento.» Oh, alma temblorosas, déjame responderte con claridad: “Tú eres muy amado” (Dn 9:23 RV60). Consuela tu conciencia con la realidad de que en el corazón de Cristo estás seguro. Y cuando dudes a causa de tu incredulidad, haz como Tomás y fija tu mente en Sus manos y pies traspasados por ti:“Luego le dijo a Tomás: —Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe.” (Jn 20: 27).
Sin embargo agregas: «No sé si soy perdonado otra vez por el mismo pecado. Aún tengo temor de acudir a Cristo con mis fallas». Ah, pobre alma, todavía sabes poco del evangelio y no conoces muy bien a tu Salvador. Dime, ¿qué ves en Cristo cuando miras el Calvario? ¿Acaso es un Juez vestido de negro, sentado en el Tribunal Supremo, con una espada desnuda a Su diestra y una miríada de santos ángeles a Su siniestra? Oh no, tu ves un Salvador coronado de espinas, bañado en Su propia sangre, con Su espalda flagelada y el costado de Su pecho abierto. Por lo tanto, es el amor de Cristo crucificado lo que debe persuadirte para acercarte a Él tal y como eres; es el amor de Cristo el que te invita a venir “con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna.” (Heb 4:16).
Ah, querido amigo, ¿hasta cuándo claudicarás entre dos pensamientos? ¿Hasta cuando en ti la incredulidad podrá más que la fe, el pecado más que la gracia y los sentimientos más que la Palabra? ¿Es que el amor de Cristo no conmueve tu corazón? Dime, ¿acaso alguna vez alguien te ha amado de este modo? Considera bien lo que te digo, porque éste amor abrió una fuente carmesí llena de la sangre del Cordero y con ella puedes lavar tu alma. Te ruego, sumerge tu negro corazón en este precioso manantial para que salga blanco como la nieve (Is 1:18).
No te pido únicamente que creas en el amor de Cristo, sino te insto: aventúrate a creer que ese amor fue revelado para perdonarte a ti. Si piensas que eres un gran pecador, respondo que Cristo ya salvó al peor de todos (1 Tim 1:15). Si argumentas que tu corazón es débil, replico que Cristo murió por los débiles (Ro 5:8). Si razonas que tu estado espiritual es muy deplorable, te recuerdo que Cristo vino a salvar a los enfermos (Lc 5:30-32 ). Por lo tanto, no digas que tu caso es difícil para Cristo, porque Él es un especialista en casos difíciles.
Querido amigo, considera la siguiente exhortación y déjate penetrar por el amor del Salvador: «Algunos de ustedes se están esforzando por amar más a Dios. Vengan, pues, a Dios. Déjense amar por Él, aunque sientan cuán indignos son. Es mucho mejor ser amado por Él que incluso amarle, y, además, es el único y eficaz camino por el que podemos aprender a amarle. Cuando la luz del sol llega a la luna, la encuentra fría y poco codiciable, pero la luna refleja la luz y vuelve a enviarla hacia el sol. Del mismo modo deben permitir que el amor de Dios brille en su seno y, de forma natural, descubrirán cómo brota de ustedes el amor por el que suspiran. Él amor de Cristo nos constriñe. "Nosotros le amamos a Él porque Él nos amó primero" El único remedio que puede curar nuestros corazones de su fría dureza es mirar el corazón de Jesús.» (R. M. Macheyne).
Amado hermano, oro por ti. Que la gracia de Cristo esté con tu espíritu. Permanece fiel. Sigue creciendo en el conocimiento y la gracia de Cristo. Aférrate a la Palabra. Nuestro peregrinaje no es por vista sino por fe, divisemos las glorias del más allá e incrementemos nuestro gozo en Dios para que deseemos las realidades celestiales que nos definen.